martes, 2 de febrero de 2016

Un Quijote para todos y otro para nadie

La curiosidad mató al gato. Debería matizarse que depende del tipo de curiosidad, porque yo no hago más que encontrarme cosas llamativas e interesantes que, por supuesto, no me cuestan la tumba.

Comentaba un amigo mío que nunca ha sido capaz de leerse el Quijote salvo en comic. Y yo tampoco, salvo por fuerza mayor. Lo confieso, me resultaba muy cargante, y en mis años de estudiante fue una losa muy pesada. Pero ahora que me pica esa curiosidad sana, sin menospreciar a los textos originales, me planteé: “¿Existirá un Quijote fácil de leer?”

Y lo hay, y todos los caminos llevan a Roma, o en mi caso, a Pérez Reverte. Buscando un poquito he dado con un ejemplar publicado por la Real Academia Española y la editorial Santillana, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, adaptado para uso escolar por Arturo Pérez Reverte, revisado y ofreciendo una estructura lineal de la trama central del Quijote, como dicen ellos, la aproximación amena, eficaz, que una herramienta educativa o una lectura sencilla pueden reclamar. Os dejo más información AQUÍ.

Y, mientras escuchaba el video de presentación del libro, me fijé en otra cosa, en un slide de imágenes que se desplazaban de manera automática en la página, y en una leí: La RAE publicó el «Quijote» de Ibarra en cuatro tomos con ilustraciones originales. ¿Qué era eso del Quijote de Ibarra? Pues ni más ni menos que el Quijote más bello impreso en la historia Española (precio en algunos anticuarios: 15.000€, ahí es nada). Su historia resumida es la siguiente: 

En la primavera de 1773, don Vicente de los Ríos, académico de número de la Real Academia de la Lengua, dio un discurso que provocó entre sus colegas académicos la preocupación de publicar un Quijote decente, ya que no existía ninguna edición buena ni tolerable (la mejor era una versión inglesa con graves errores ortográficos y con adulteraciones en el texto). Con ese planteamiento, se escribió al rey proponiéndole la impresión de una magna edición de la obra de Cervantes, y el 12 de marzo de 1773, Carlos III dio su consentimiento.

Allanada toda dificultad por el respaldo real, la Academia se dio a la tarea de preparar la gran edición, en cuyo prólogo se explicarían el proyecto y los pasos a seguir para realizarlo: depurar y limpiar el texto de las adulteraciones realizadas a lo largo de casi dos siglos, fijar el título, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, lograr la pulcritud y la fidelidad del texto basándose en las primeras ediciones, una impresión que fuese la más perfecta posible, y por último, claridad de ideas en las ilustraciones y en la tipografía. 

La imprenta elegida fue la de Joaquín Ibarra, impresor de cámara de la Academia con la fama ganada en el arte de imprimir. Solamente en un punto flaqueaba este programa elaborado con tanto cuidado para los académicos: las ilustraciones, aunque más tarde se admitió la riqueza agregada a la riqueza par el entendimiento del libro, incluso se formó una comisión que estudió y seleccionó aquellos pasajes que por su contenido eran más susceptibles de ilustrarse.

Creo que por hoy, es suficiente Quijote, la obra considerada el mejor trabajo literario jamás escrito. Como hemos visto, tenemos un Quijote para todos gracias al trabajo de la RAE y otro para nadie, o unos pocos contados con los dedos de las manos, el bello Ibarra, una joya que más vale que cuiden esos afortunados elegidos.

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